LA ROPA SUCIA SE LAVA EN CASA
Crecí pensando que la única familia del mundo que tenía problemas era la mía. Me daba tanta pena hablar de las peleas o los silencios que pasaban en mi casa que incluso a los 16 años, cuando iba donde mi psicóloga, ocultaba muchas de mis angustias. Me daba pena porque a mis ojos las familias de todos mis amigos y amigas eran perfectas: una mamá bonita y querida, un papá trabajador y responsable, viajes, lujos, ropa de marca, y misa los domingos. Aún hoy me cuesta salirme del cuento de la perfección. A mí, como a muchos que me rodean, nos enseñaron a no hablar de nuestros problemas porque “la ropa sucia se lava en casa”.
Este blog ha levantado ampolla precisamente porque para mí la ropa sucia no se lava en casa. Yo comparto mi ropa sucia, la lavo al aire libre, donde todos la puedan ver, y la seco al sol para que no coja mal olor. Aunque no uso nombres propios ni busco ofender a las personas, y que varios amigos me han agradecido por exorcizar sus sufrimientos, han sido muchos quienes se han acercado diciéndome que no debería hablar en público de las cosas privadas. Veo el miedo en sus ojos, la angustia de que alguien pueda descubrir quienes son los personajes de mi blog, aunque para mí no son relevantes las personas sino las situaciones. Me pregunto de dónde viene ese temor insondable, y creo que tenemos miedo que la fachada de perfección que venimos construyendo ladrillo a ladrillo desde chiquitos se puede venir abajo.
Tengo amigos para quienes poner los cachos no es lo grave sino que la novia o novio se dé cuenta. Para quienes lo malo no es abusar de la confianza del otro sino que les exijan responsabilidad por sus actos. Para quienes la ropa de marca, el cuerpo perfecto o salir arreglada a la calle es más importante que tener una vida honorable, tratar con respeto a la empleada o ser honestos. En esos contextos, resulta más grave que alguien revele el secreto que el secreto mismo. Es decir, es peor contar que fulanita se mantiene flaca de cuenta de la bulimia o la anorexia, que ser la persona bulímica que no se quiere a sí misma. Resulta peor contar que alguien le pega a la esposa que el hecho de maltratarla. Porque nada peor en una sociedad “aparentona” que quien saca los trapitos al sol.
“Lavar la ropa sucia en casa” tiene por lo menos dos problemas. El primero es que nos aísla de los demás. Yo me sentí por muchos años loca, perdida y desafortunada. Mi familia era la única imperfecta. Hablar de eso con mis amigas dejaría ver que había algo mal. Proteger ese secreto se volvió mi cruzada. En esa cruzada fueron muchas las angustias que tuve que aguantar sola, callada y aparentando normalidad en medio del caos. Y eso que veo en mi lo vi en muchos amigos.
Algunos, por ejemplo tenían papás divorciados que vivían en la misma casa para que nadie sospechara que el matrimonio había fallado. Otros se iban de vacaciones a Miami todos los años a pesar de tener deudas hasta el cuello. Y otros más hasta tenían papás homosexuales que llevaban una doble vida oculta ante la sociedad. Sin poder hablar de eso, mis amigos y yo perdimos la oportunidad de apoyarnos, de ser solidarios y de enfrentar los problemas humanos que están en todas las familias.
El segundo problema es que terminamos viviendo por el tener y no por el ser. Terminamos pensando que lo peor que puede pasar es que alguien se dé cuenta de toda la ropa sucia que tenemos amontonada en nuestra casa, en lugar de tratar de lavarla. Nos concentramos tanto en aparentar que dejamos de actuar correctamente, dejamos de ser sinceros y de fundar relaciones en la confianza y en el respeto.
Tengo una amiga que está en una relación abierta en su cruzada por la honestidad y la confianza. Es muy valiente. Muchos le han dicho que eso “nadie lo hace”, que “lo normal” es que ella simplemente pusiera los cachos y que lo importante es que su pareja no se diera cuenta. Que una cosa es fidelidad y otra lealtad. En lugar de aprender de ella, terminamos normalizando la apariencia y des-normalizando la honestidad. Terminamos viviendo en una sociedad hipócrita que no es capaz de enfrentarse a su propia ropa sucia a punta de justificaciones.
Qué bonito sería dejar de lado tantas máscaras y tratar de vivir un poquito más de acuerdo con nuestra imperfección. Aceptar, como lo vengo diciendo hace varias entradas, que somos vulnerables, humanos y no robots. Poder conectarnos con el sufrimiento y los defectos de los otros, perdonándolos y perdonándonos. Solidarizarnos con quienes nos rodean porque su vida es el espejo de la nuestra. Y concentrarnos en el ser más allá del tener o el parecer. Yo por mi parte, hoy no me creo el cuento de la perfección. Como me dijo una prima: “Valentina, cuando usted vea un matrimonio perfecto, dúdelo. No existe tal cosa como un matrimonio perfecto.” Y sí, lavo mi ropa sucia para que todos la vean, con la esperanza de que nos sintamos menos solos en nuestra humanidad.