ONCE AÑOS DE FEMINISMO
La primera vez que tengo memoria de haber oído el término "feminista" tendría unos 20 años. Un amigo describió a una profesora como “feminista”, seguido de una cara con volteada de ojos que me dejó claro que ser feminista ni era cool, ni era deseado. Yo no sabía nada del feminismo. Haber crecido en Manizales, en un colegio como el mío en que el “slut shaming” era constante, y en mi generación, me mantenía blindada ante ese tipo de discursos peligrosos que describían a las feministas como lesbianas “quema brasieres ” que detestaban a los hombres. Y yo no era ni quería ser nada de eso.
Con el paso de los años las desigualdades empezaron a ser más evidentes. Las mujeres juiciosas y los hombres inteligentes, las perras y los putas, las mujeres gordas y los hombres interesantes, las amigas que decían que obviamente querían que sus esposos ganaran más que ellas, las discusiones sobre aborto. Nada de eso pasó desapercibido por mi cabeza que absorbía como esponja. Fue así como conseguí una práctica en Women’s Link y escribí una tesis sobre trabajadoras domésticas migrantes para Ciencia Política, ahondado continuamente en lo que significaba ser mujer.
Empecé a juntarme con feministas y a decir que era feminista. Un día se lo dije a mi papá y él me respondió que eso era horrible. Me rodó una lágrima por el cachete pero ya no había vuelta atrás: el mundo en el que había crecido como mujer de familia conservadora, católica y manizaleña no era el mundo en el que quería vivir ni que quería seguir construyendo. Mis amigas de la infancia me miraban con interés pero pensaban que era una loca; con el tiempo empezaron a darme la razón.
Cuando llegué a la maestría en Estados Unidos en 2012, de 180 estudiantes solo dos nos reconocíamos como feministas. Parecía que fuera una enfermedad altamente contagiosa que era mejor no nombrar. Y hasta casi me quedo sin roommate porque por coincidencia un man con el que había salido era ex-novio de quien sería mi roommate y le había dicho que mucho cuidado con vivir con una loca feminista como yo. Temeroso de la sororidad que creamos, le había advertido que yo era una feminista radical que muy posiblemente no le permitiría traer hombres a la casa.
Yo seguí en lo mío. Escribí dos tesis sobre trabajo sexual y trata de personas. Trabajé como abogada de derechos reproductivos. Monté un blog que acabó por sembrar mi fama de feminista peligrosa y libre pensante. Puse el trabajo doméstico en la agenda de la élite académica de Harvard. Me metí en el rancho de los hombres al adentrarme en el transporte público y el género. Y mientras tanto el mundo a mi alrededor también siguió cambiando de manera vertiginosa.
Recuerdo que un 8 de Marzo vi un mensaje en un chat de Whatsapp de lo bellas que éramos las mujeres, como flores que había que cuidar. Inmediatamente reenvié un post sobre el significado de la fecha que conmemoraba las luchas de mujeres trabajadoras. El silencio fue inminente. El pasado 8 de Marzo de 2020 no pudo haber sido más diferente. Once años después de haber metido la punta de mis dedos en las tibias aguas del feminismo, no pude sino asombrarme con la explosión que vi este pasado domingo. Me percaté de que estoy en múltiples chats feministas de mujeres que envían mensajes de poder constantes a mi Whatsapp. Mis redes se inundaron de consignas, de marchas, de mensajes de toda América Latina de mujeres que luchan por sus derechos y saben que se los merecen.
Celebro infinitamente que once años después ya no recibo mensajes de rosas ni chocolates por la delicada flor que soy por ser mujer. Hoy recibo la fuerza, la valentía, la vulnerabilidad y el poder de mujeres de todas las edades y clases sociales que quieren ser tratadas como seres humanos. Algunas veces no estoy de acuerdo con todo lo que dicen, y en ocasiones me falta ver más matices que los pocos caracteres de twitter o que el infográfico de instagram permiten. Sin embargo sé, como dice Vanessa Rosales, que el feminismo no es un dogma sino un lente para ver el mundo. A mi me alegra infinitamente no sentirme tan sola y tan rara como hace una década, y definitivamente esperanzada de que más mujeres se hayan puesto estas gafas para construir una sociedad mejor.