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NOTAS SOBRE LA CUARENTENA

La cuarentena me ha parecido sobre la casa, sobre ver hacia afuera estando adentro. No me parece tanto sobre el fin del mundo o de un mundo, ni sobre la cercanía palpitante de la muerte, que creo que simplemente no podemos llegar a entender del todo (si yo soy mi mundo, ¿cómo de todo me vuelvo nada?).

Decía que sobre la casa y pienso que es sobre mirar por la ventana, sobre descubrir que la jabonera se ensucia, sobre lo difícil que es simplemente mantenerse vivo y limpio, sobre la risa de los niños del primer piso y los juegos que inventan (un carro con dos timones, que sacude a sus tripulantes cuando gira), sobre mover el cuerpo para aquietar la mente, sobre olvidar poco a poco la vida que era un salir de la casa.

Y pensaba que mirar por la ventana, que es la forma en que paso el tiempo aquí, es ver una ventana nueva todos los días. Hoy, por ejemplo, almorcé despacio. Mientras masticaba mirando por la ventana, vi un colibrí, aleteando en la copa de un árbol. Qué majestuoso su verde tornasol y su pechera morada, qué solemne su vuelo erguido, frenético y sin embargo estable. Me preguntaba si solo vino hoy, casi a saludarme o verme -como lo veo yo a él- o viene todos los días, pero mi vida en automático no me deja verlo nunca.

Mas temprano, en el apartamento del frente por fin abrieron las cortinas (¿¡quién tendría las cortinas cerradas, si tienes al árbol al frente!?). Nos pareció tan mecánico y homogéneo el elevarse de la cortina, que sentenciamos que es eléctrico y ahí debe vivir un viejito (le dijimos viejito. Tampoco entendemos la vejez).

En el tercer piso del otro edificio un hombre adulto aspira, mientras otro limpia una mesita auxiliar que está contra la ventana. Aquí no estamos limpiando mesitas auxiliares, nos quedamos en lo que nos parece más esencial. Me pregunto si todos, pero en especial los hombres adultos, descubren que hay un trabajo de verdad extenuante detrás de mantener limpia una casa (yo descubrí -y me impresioné por la obviedad- que la jabonera se ensucia). ¿Será esta una reivindicación del trabajo doméstico? Todos estamos hablando de cuántos platos lavamos y es que en realidad son muchos platos.

Eso me hace pensar en una frase que leí en un libro de Doris Lessing, que es sobre un fin del mundo en que la gente se queda en sus casas y en las calles se forman tribus que la gente miraba por las ventanas. El libro dice que la casa es un mecanismo. Me parece que lo es, pero hay que irlo descubriendo. En la era de Instagram lo notamos poco -llenos de imágenes de plantas que combinan con sofás- pero habito la casa al entender que me mantiene viva, seca, caliente y cuerda a punta de lavar platos.

¿Cuántos objetos se me han tornado artificiosos ahora, tan extraños que me cuesta entender que alguna vez existieron? Los aretes, por ejemplo. Los brasieres, armatrostes asfixiantes y algo frágiles -míralos cómo se deforman, tan débiles que parecen un pene flácido- cómo es que existieron? Y otros que renacen, quién lo hubiera creído: hoy extrañé los zapatos y desterré las pantuflas. Pero en fin, todo mi closet me parece lleno de cosas absurdas e inútiles, o que existen para un mundo que está poblado por una vida tan distinta que me parece que le ha pertenecido a otra.

Que la cuarentena sea sobre la casa significa que es sobre mirar desde adentro y mirar despacio. Viviendo más despacio y mirando por la ventana descubro, por ejemplo, que un árbol del jardín de los vecinos tiene una rama frágil, que podría caerles encima. ¿Cómo es que la dejan ahí y cómo es que no me había dado cuenta? Descubro que no puedo ver el sol mientras se pone, pero el atardecer naranjoso y cálido se imprime en los árboles y en las paredes.

Mirar desde adentro se me ha tornado un mirar hacia adentro, a pesar del lugar común. Aquí encuentro menos escapatorias para verme, tengo menos escondites para ver mi vida y el lugar en donde me encuentro. Hemos hecho todos del atrincheramiento una forma de vida, temiendo el gargajo y la voz del vecino, pero adentro no tengo tantos laberintos.

Vivir adentro y despacio. Pienso entonces en el virus, buscando entrar y dañar la copia, y en los días que pasan lentos para que todos podamos ver si él está al fin adentro -si lo tenemos- y podamos entonces esperar y ver qué hará dentro de nosotros. Pienso en algo que siento como una angustia colectiva, de ver tan cerca lo que siempre ha sido obvio: que somos tan frágiles, que entendemos tan poco y que no hay nada que podamos hacer.

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