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VALENTINA MONTOYA ROBLEDO

UNA #NASTYWOMAN A MUCHO HONOR


Llevaba días sin escribir una entrada. Presa de inseguridades insensatas. De mensajes internos y externos de que no soy suficientemente buena en lo que hago, preguntándome ¿quién soy yo para escribir sobre lo que pienso o siento? ¿Quién soy yo para hablar de un tema si hay otros que saben más o se expresan mejor? Presa de palabras como que soy una “feminista loca”, que mejor me guardo mis ideas, que nadie quiere oír lo que sé porque no es “suficiente”: suficientemente valioso, veraz, consciente, articulado, “objetivo”. Presa de no caer, o por lo menos no recaer en ser una #nastywoman.

Pero creo que ese fue mi error: Creerme el cuento de que soy lo que Trump ha denominado peyorativamente una #nastywoman y creer también que eso es algo malo cuando en verdad ser una #nastywoman es ser una mujer capaz, inteligente, preparada, valiente, y clara. Me dejé llevar por ese miedo profundo al “qué dirán”. ¿Qué tal que pensaran que era demasiado radical o demasiado impositiva? Y con ello en estos últimos meses me fui apagando. Me enfermé un par de veces, me callé en clase, apagué este blog, le bajé el volumen a mi vida tratando de no encajar en el estereotipo negativo de #nastywoman y tratando de mostrarle a ciertas personas que yo no era la loca que ellos creían.

Pero esta semana me di cuenta de que no hay nada que temer. Vi a Hillary Clinton reapropiarse de lo que significa ser una #nastywoman. Enfrentarse a un Trump inclemente, poco preparado, misógino, intolerante, y discriminador, con altura, con argumentos, con inteligencia, pero sobretodo con preparación. Pero no solo la vi a ella, también vi en mis amigas una fuerza enorme, un espíritu incansable de trabajo en equipo preparando el acto pacífico para la visita del Senador Uribe a Harvard. Las vi haciendo debates críticos pero respetuosos, movilizándose y movilizando a otros, ocupando un espacio que les pertenece, manteniendo la cabeza en alto.

A través de ellas me vi a mí volviendo a subirle el volumen a mi vida. Trabajando a favor de lo que me interesa para alcanzar lo que yo espero sea una sociedad mejor y en paz. Recuperé mi voz, mi claridad y mi valentía. Sentí cómo la energía recorrió mi cuerpo entero y me dediqué a ser yo. Sin ganas de quedarme callada, sin miedo a sentirme una #nastywoman. Sonriendo solo a quien quiero y cuando quiero, sin dejar que otros definan lo que puedo hacer ni en qué términos hacerlo, sin miedo de que llamen loca.

Y es que en mi cabeza, todas las mujeres que valoro y aprecio son #nastywoman. Mujeres que han cambiado el mundo o incluso su micromundo: Chimamanda Adichie que ha inspirado este blog. Mi abuela la más brava que era la más “nasty” de todas, y nos dejó un legado difícil de ignorar. Mi mamá que cada día me hace sentir más orgullosa con su mente abierta y dispuesta a aprender y a cambiar. Mi tía Liliana que fue la primera en regalarme libros de muchas letras y pocos dibujos, y que me enseñó que lo importante no es la forma sino el contenido. Mis profesoras que me mostraron el valor de estudiar, de prepararme y de tener ideas propias. Maria Roa que como presidente de UTRASD lucha incansablemente por los derechos de las trabajadoras domésticas en Colombia.

Mis amigas que todos los días me enseñan con sus actos cómo se enfrentan a sus familias, a sus supervisores, a mundos construidos por y para hombres, a sus amigos y enemigos, más allá del qué dirán. A Laura, Cristina, las Marianas, las Marias, Stephanie, las Camilas, las Isabeles, Regina, Lina, Manuela, Susana, Sandra, Valentina, Paulina, Paula, Natalia, las Carolinas, Ana Maria y todas las #nastywomen que se me salen de esta lista, muchas gracias por el ejemplo, por tanto aprendizaje, por el amor y por aguantarme cuando soy loca y cuando trato de no serlo. Me enorgullece tenerlas en mi vida. Gracias por quererme a pesar de y por ser una #nastywoman. Esta semana especialmente me demostraron que sólo siéndolo puedo ser mi mejor versión.

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