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VALENTINA MONTOYA ROBLEDO

“No hay mayor tesoro en la vida que una esposa muda”


Me acuesto en mi cama y parece como si las palabras retumbaran en mi cabeza, haciendo un ruido de letras sobre letras que caen martillando mi cerebro. Cierro mis ojos y me imagino perfectamente la escena: mi papá y mi mamá sentados en una sala a plena luz del día, y él contándole a ella con total aceptación lo que su abuelo había dicho hace muchos años: “No hay mayor tesoro en la vida que una esposa muda”. Y veo a mi mamá oyéndolo con atención y buscando ser ese tesoro a los ojos de él.

Esa frase me hace sentir impotente, llena de rabia, porque sé que el mundo en el que crecí no estuvo nunca alejado de esa realidad. Una esposa muda es un tesoro porque “no jode”, porque las mujeres que opinan y que piensan se convierten en un obstáculo, porque “calladita se ve más bonita”, porque es mejor que nos dediquemos a nuestro cuerpo que a nuestra mente o nuestro espíritu, así no tenemos mucho que decir. Y se repiten imágenes de la sociedad burlándose de las reinas de belleza que aparecen en videos de youtube ridiculizadas por sus respuestas, pese a que al mismo tiempo les exigen sólo preocuparse por su apariencia.

Luego me siento a comer tranquilamente mientras veo al hombre al frente mío hablar cual cotorra, creer que conoce todas las respuestas de la vida. Se hace como si le interesara mi opinión preguntándome algo sobre mi vida, para luego interrumpirme apenas he respondido un par de palabras. Es tal la impotencia que sueño con esa situación, con estar callada, con que la voz no me sale a punta de interrupciones de una sociedad que me repite una y otra vez que mis palabras no merecen ser oídas.

Lo que me parece increíble es que las palabras de mi bisabuelo sigan hoy tan vigentes como hace un siglo. Palabras que acaban con matrimonios y relaciones de pareja cuando el hombre prefiere no oír los consejos de su esposa o viceversa, cuando la ve como un ser inferior al que tiene que admirar sólo por su belleza o su capacidad para tener hijos. Cuando no ve en ella un igual para aprender juntos, pare entender su lenguaje, sus palabras y su forma de ver la vida, sino una persona a la que hay que dominar.

¿Cómo querer y respetar a quien no admiramos? ¿Cómo amar de verdad a alguien a quien no conocemos porque no estamos dispuestos a oír? ¿Cómo crecer al lado de una persona que queremos tener muda a nuestro lado, como un objeto decorativo que sirve fines específicos, pero a quien no consideramos suficientemente humano para entrar en un diálogo, en una conversación?

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