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VALENTINA MONTOYA ROBLEDO

SIMPLEMENTE AMOR

Prometí no volver a escribir una entrada de este blog hasta no tener algo importante de qué hablar, y creo que hoy vuelvo a tenerlo. He sido muy afortunada de compartir la felicidad con muchas parejas que me rodean, pero el matrimonio en el que estuve el fin de semana pasado fue realmente excepcional. Fue una oda a la libertad que más que una celebración se convirtió en un regalo para todos los que pudimos compartir con mis dos amigas del corazón. Hoy quiero hablar de la simpleza y magnitud del amor del que participamos en esa celebración y el agradecimiento que siento de haber podido estar ahí.

Llevaba un año con la expectativa del evento, sabía que no sería como los demás. Cuando mi amiga me contó que se iba a casar con su novia, no cabía en mis pantalones de la emoción. Las había visto tan enamoradas, tan cómplices, tan contentas, que esta decisión libre de celebrar junto a las personas que tanto las queremos era una alegría para mí. Empezaron a planearlo todo, a crear pequeños detalles para los invitados, comprar suculentas, hacer figuritas de origami e invitaciones para sembrar árboles, contarle a sus amigos y familia. Me pidieron que fuera una de sus madrinas en una botellita como las que se lanzan al mar y lloré contenta.

Los meses pasaron y un sábado por fin nos reunimos con ellas. Entraron de blanco, hermosas, caminando lentamente y llenándonos de energía a su paso. La guía del matrimonio era una mujer imponente, con un vestido vino tinto y una tranquilidad en su voz que hablaba del sentido de unión que estábamos presenciando. Me pidieron que escribiera unas palabras y cuando me paré al frente a leerlas me temblaban las piernas y con ellas la voz. Tuve que parar un par de veces a respirar profundo, con el nudo en la garganta de la emoción que sentía.

La ceremonia fue hermosa, cargada de simbolismos, de palabras bonitas, de participación de muchos de los que estábamos acompañándolas. De principio a fin se oían sollozos de felicidad y cada vez que me volteaba a mirar a los lados veía lágrimas rodando por caras conocidas y desconocidas. La fiesta que siguió tuvo comida, música y baile como otras, pero en el ambiente se respiraba lo que significa cortar ataduras. A él asistieron sólo quienes de verdad querían acompañar a mis dos amigas. No era una convención social, era apreciar la libertad de su elección, la profundidad de su amor y la autenticidad de sus gestos. Y eso fue algo que nos contagió a todos.

Como si estuviéramos presos de un hechizo, las palabras de agradecimiento, dulzura y sinceridad fluyeron por el ambiente, envenenaron los tragos que cada uno tenía en sus manos. La oportunidad de reunirnos con personas que nunca habíamos visto pero que nos mostraron lo afortunados que éramos por sobrepasar tabúes, odios, vergüenzas y miedos llenaron el espíritu de cada uno de nosotros. La dignidad del acontecimiento, el orgullo de compartir el amor con el mundo nos hizo en el fondo darnos cuenta de lo poderoso que es simplemente amarnos.

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