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VALENTINA MONTOYA ROBLEDO

"ME DA MUCHO PESAR QUE EL CÁNCER DEL FEMINISMO SE HAYA REGADO POR CHILE"


Llegando de Chile de un encuentro maravilloso, energizada y conectada con las #MujeresenMovimiento, tuve que hacer una conexión más corta entre Nueva York y Boston. Luego de haber dormido muy poco en un vuelo nocturno tenía toda la intención de leer, pero en cambio caí como piedra en la silla del avión e inmediatamente cerré mis ojos. A los pocos minutos mi vecino me despertó y pidió que abriera la persiana de mi ventana. Yo entre dormida y despierta le respondí que estaba muy cansada por mi viaje y que la luz me molestaba, pero entendiendo que él necesitaba la luz abrí la persiana y luego me dormí otra vez.

Cuál no sería mi sorpresa cuando apenas íbamos a aterrizar tuve que aguantar un reclamo como tal vez pocos en mi vida. Con su camisa de cuadros negros y azules, una acentuada calvicie evidencia de sus más de 50 años, y su acento al parecer sureño, empezó por decirme que era una maleducada por haber respondido de esa manera (dormida, diría yo) a su petición de abrir la ventana. Y luego pasó a decir que veía de mi kindle (que tiene un forro con nombres de mujeres en la literatura) que por ser feminista me creía iluminada pero que en realidad no lo era. Rematando con la siguiente perla: “Me da mucho pesar que el cáncer del feminismo se haya regado por Chile”. A lo que yo, aún adormilada solo procedí a decirle que tal vez no era bueno hacerle un reclamo cargado de juicios a una persona que ni conocía, y luego volví a cerrar los ojos.

Sólo una semana atrás había escrito la entrada: “Cálmate que no es para tanto” sobre todas esas maneras en las que nos imponen cómo debemos comportarnos, y justo me encuentro con una de esas personas que creen que tienen derecho a decirnos cómo hacerlo. Él esperaba que yo me despertara y solícitamente abriera la ventana con una sonrisa en la cara mientras le contestaba que “con mucho gusto”. Me asombra que el hombre no se sintiera apenado de despertarme, ni de reclamarme sin sentido. ¿Acaso lo habría hecho si yo fuera hombre?

Lo que tal vez más me impresionó fue ver el miedo en sus ojos. Un miedo de un hombre ya viejo que ve que el mundo se le desploma porque no es el mismo que antes. Porque una “niñita” ya no le rinde la pleitesía que tal vez en otro momento sí habría tenido que rendir. Un miedo traducido en su resistencia frontal a lo que yo represento para él: una feminista que estaba contagiada de un cáncer destructivo. Porqué aunque los políticos de turno parecieran protegerlo del peligro con sus políticas de odio, él estaba aterrado porque sabe que la igualdad es imparable.

En otro momento de mi vida tal vez yo me habría ensañado en una pelea frontal. Pero venía tan reconfortada de conversaciones de libertad y hermandad entre mujeres que pude cerrar los ojos con la tranquilidad que me da saber que vamos para adelante. Ya no me queda sino tener compasión por todas esas personas que sienten que ese camino que les prometieron, de certezas, de personas “humanas” y “no humanas”, de jerarquías inamovibles y obediencia de los “más débiles” se va ir derrumbando, sin pausa pero sin prisa. Y que en este nuevo mundo el futuro es el de la humanidad.

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