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  • VALENTINA MONTOYA ROBLEDO

Los hombres “inteligentes” y las mujeres “juiciosas”

Hace unos meses compartí en Facebook un post sobre un curso sobre desigualdad urbana que iba a dictar en Harvard. Después de recibir cientos de likes y comentarios de apoyo, me dejó pensando una interacción en mi wall. Uno de los comentarios de un profesor querido decía: “Fruto de tu esfuerzo y disciplina” y otra persona, esta vez una mujer, replicó: “fruto de su inteligencia también. No solo del esfuerzo”. Esta interacción me dejó pensando, porque mientras las mujeres somos “juiciosas” y “esforzadas”, el calificativo de “inteligentes” se lo dejan solo a los hombres. Muy pocas veces he oído decir que una mujer es brillante, mientras oigo siempre lo inteligentes que son una cantidad de hombres, más o menos aventajados.

A lo largo de mi vida han sido muchos los que han puesto en duda mi inteligencia. Desde antes de los dos años mi tío ya le había dicho a mi mamá que tal vez yo “tenía un retardo” porque aunque hablaba como lora me demoré para caminar. Luego vinieron los que constantemente recalcaron que yo no era sino una ñoña, pero que de inteligente poquito. Y otros más que, de frente me dijeron, entre piropo e insulto, que no se imaginaban que yo fuera tan inteligente.

Mi papá, por el contrario, siempre me dijo que yo era inteligente. Me incentivó a amar el conocimiento desde antes de aprender a leer. Yo fui consciente de mi inteligencia la primera vez como a los 7 años, cuando iba en el carro con mi papá y le pregunté: “¿Cierto que las mujeres son más inteligentes que los hombres?” Él, asombrado me preguntó que por qué. A lo que yo respondí, desde la evidencia que había recolectado en mi corta vida, que en mi salón del colegio a las niñas les iba mejor que a los niños: nosotras hacíamos todas las tareas, izábamos más bandera y participábamos todo el tiempo.

No obstante, con el paso de los años y el constante martilleo que separaba a las mujeres “juiciosas” de los hombres “inteligentes”, esa seguridad que tenía en mi propia inteligencia se fue perdiendo. El síndrome del impostor se apoderó de mí cuando estudiaba la maestría en Estados Unidos. Incluso, aunque logré todo lo que “objetivamente” alcanzaría una persona inteligente, por mucho tiempo yo sólo llegué a considerarme “juiciosa”. Y si esto me pasa a mí, no me imagino lo que pueden sentir otras mujeres que máximo han sido calificadas como “disciplinadas y trabajadoras”, y otras que por ser bonitas, no llegan ni a eso.

Fue mucho lo que tuve que entender sobre la inteligencia y sobre las capacidades que me hacen ser la persona que soy para darme cuenta de lo errado que está el concepto de inteligencia que tenemos. La inteligencia viene en todos los empaques, no es objetiva, no se trata de pasar exámenes ni sacar buenas notas. Existen personas que aunque tienen promedios perfectos carecen de toda inteligencia emocional, y otras que con una inteligencia artística superior no sacan una raíz cuadrada.

Pero por encima de la inteligencia como un talento innato o como una medición “objetiva”, me parecen más valiosas: la actitud para aprender lo que queramos; la curiosidad infinita por el mundo - tanto el externo que nos rodea, como el que guardamos dentro-; la autenticidad que nos hace ser quienes somos sin necesidad de un molde objetivo, de un título específico o de una carrera que siga “la lista de mercado”; las capacidades que cada uno de nosotros desarrolla sin importar si somos mujeres u hombres. Y sí, conozco demasiadas mujeres brillantes que definitivamente tienen la disciplina para desarrollar lo que les importa, más allá de una medida de inteligencia “objetiva” que hoy en día sólo sirve para seguir discriminando.

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